El interés por la educación inicial nace por la necesidad del contexto social en el que se vivía en la época del siglo XVIII y principios del siglo XIX, lo cual era la inserción de la mujer en el mundo laboral (procesos de industrialización).
Sin embargo, en el Siglo XX surgen evoluciones en las ciencias humanas, en el progreso social y científico tecnológico de los cuales se obtienen ventajas para la vida del infante, surgiendo así diversas organizaciones en pos de los niños/as como lo es por ejemplo “Las Cartas de la Infancia” que se centra en el derecho de la educación y haciendo llamar a este siglo “El siglo del niño” por Elena Key.
En este periodo se plantea la conveniencia de la educación pre-escolar dentro del movimiento de una Escuela Activa, en donde se deja de lado el sometimiento y la pasividad dando paso a la didáctica y tratando de olvidar a las guarderías, ya que no cumplían con las necesidades básicas de los pequeños (cuidado y educación juntos). Lo que buscaba este tipo de educación era ayudar al desarrollo de todas las capacidades del infante por medio de la interacción con el medio.
Actualmente se han encontrado varias formas de responder a las demandas, pero siempre cumpliendo con los principios de la educación inicial. Esta última se puede mirar de distintas perspectivas: como un centro de goce para el niño donde se realiza plenamente, como un lugar donde se relaciona socialmente, como un centro comunitario abierto al contexto social, como un lugar donde hay organización cooperativa por parte de educadoras, familias y comunidad y también como un centro de trabajo en equipo para lograr mejorar los aspectos de una vida escolar.
Los centros antiguos para el cuidado de los niños tenían como único requisito ser mujer, ya que sustituían a la madre, pero tiempo después debido a la mortalidad infantil por enfermedades es que se dejó al cuidado de los pequeños a personal sanitario femenino, llegando a conformar tiempo después la formación profesional Jardín de Infancia que luego en 1983 se cambia de nombre a Educación Infantil.
Es recién en 1990 que se aprueba la LOGSE (Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo) que incorpora a su Ley a la educación infantil y configura al profesional que ha de impartir este tipo de educación. En España se divide en dos grupos. El primero es de los cuatro meses hasta los tres años de edad y los profesionales que atienden este grupo pueden ser de formación técnica o universitaria con especialidad de pre-escolar o educación infantil, y el segundo grupo comprende desde los tres años de vida hasta los seis años y los profesionales a cargo, deben ser de título universitario con especialidad pre-escolar o educación infantil.
En el año 2001 se retrocede con la LOCE (Ley Orgánica de la Calidad de la Educación) en donde ya no se necesita ningún tipo de título profesional para ejercer sobre el primer grupo pre-escolar, devolviéndole el nombre de “Atención Educativa y asistencial para la primera infancia” y es en el 2006 donde la LOE (Ley Orgánica de Educación) recupera el nombre de Educación Infantil. Cabe señalar que hasta el momento sigue siendo la educación pre-escolar exclusiva de la mujer por su interés personal y acuerdos sociales, pero según la Red de Atención de la Infancia de la Comisión Europea es que se le debería de dar paso al sexo masculino para poder ejercer esta profesión, pues beneficiará tanto al niño como al padre que busca un trato más cercano con sus hijos.
El perfil del educador/a se divide en dos aspectos: requisitos y funciones. El primero hace mención a las cualidades humanas y actitudes profesionales que se deben tener para ejercer esta profesión, pues dan calidad a la educación. Estas son curiosidad intelectual, espíritu crítico, responsabilidad, iniciativa, madurez y estabilidad psicoafectiva, respeto, sensibilidad, accesibilidad, flexibilidad, afectividad y comunicación. Es en requisitos donde se defiende la postura de tener una formación inicial de licenciatura universitaria de buen nivel, aunque a pesar de los cambios realizados últimamente siguen quedando espacios en blancos que deben ser reforzados como lo es la educación de las emociones y valores. Junto con ello se hace referencia a tener una formación permanente como docente, el cual es un derecho y obligación del profesorado como de las administraciones educativas. Sobre esta formación permanente se habla en la LOGSE, LOCE y se refuerza en la LOE, ya que está en este tipo de formación la calidad de la educación, pero además se considera sumamente importante y pieza fundamental del perfeccionamiento profesional, la reflexión personal que caracteriza a los educadores.
Las funciones que debe cumplir el o la educadora se dividen en tres:
- La primera división es respecto a niños/as en las cuales se debe tener un rol de ser un referente afectivo, emocional y cultural, se debe ser observador, tener tolerancia a la diversidad, ser un comunicador, un organizador de contextos para lograr educación, ser intermediario de conocimientos y tener la capacidad de evaluar e innovar.
- La segunda división es respecto a las familias, en donde el profesional debe corresponsabilizarse de la educación de sus hijos, facilitar la comunicación de escuela y familias y de estas mismas entre sí, intercambiar información sobre el comportamiento y evaluación de sus hijos y facilitar la tarea de educar a las madres y padres.
- La última división es respecto a la escuela y equipo educativo, en la cual se debe comprometer a la participación activa de la escuela, intervenir de forma positiva en las decisiones del establecimiento, apoyar en la comunicación de los niños con sus pares, evaluar programas y proyectos educativos en trabajo colaborativo e investigar constantemente sobre nuevos temas de interés para innovar en el aula.
Para lograr un aprendizaje favorable es importante el trabajo en equipo, el cual es un recurso pedagógico. Esto es porque el aprendizaje se basa en un contexto en donde se relaciona con personas y se crea una dinámica entre ellas, ya sea positiva o negativa. Estas dinámicas actúan sobre el bienestar personal y colectivo, sobre la coherencia educativa en relación a programas y proyectos educacionales y curriculares, el tomar distancias para poder analizar todo tipo de intervenciones educativas y sobre la descarga y equilibrio de compartir responsabilidades. El trabajo en equipo requiere por lo tanto un esfuerzo personal como colectivo para tener un buen proceso de enseñanza y aprendizaje.
Este tipo de trabajo colaborativo es necesario pero a la vez complejo, por lo cual se deben anticipar sus dificultades. Estas son: dificultades materiales, en la cual la falta de tiempo y espacio para reflexionar en equipo es muy común. Las dificultades metodológicas, las cuales se centran en la estructura del grupo para facilitar las tareas del trabajo final y para que el equipo funcione con coordinación. También esta dificultad hace mención a la planificación del tiempo disponible de todo el equipo y el querer hacer todo juntos, lo cual no es bueno del todo, pues esconde la timidez e inseguridad de los integrantes cubierto por el grupo, no se tienen las oportunidades de aprender de los errores personales y coarta el logro de crear una crítica y reflexión propia, y por último la dificultad metodológica nombra a que todos somos igual, lo que rechaza al fundamento de la diversidad, por lo cual no todos tienen la misma capacidad para un mismo cargo y estos se debe asignar de a cuerdo a las aptitudes personales de cada persona dentro del equipo. El último tipo de dificultad es el conceptual, el cual significa una falta de claridad en las ideas. La profesionalidad en el área de la educación se entabla en relaciones humanas, las cuales no están lejos de los sentimientos y emociones. Para ser un profesional en la educación, es necesario ser abierto a la comunicación de sus sentimientos íntimos para lograr un trabajo grupal armónico y mejorar la tarea educativa. Y por último en la dificultad conceptual se encuentra la indefinición o falta de explicitación sobre qué y cómo educar, para esto es importante los valores de la escuela y aclarar las actitudes que se quieren fomentar para educar en los valores acordados.
Para que el trabajo en equipo sea exitoso se necesitan las siguientes actitudes: Entusiasmo por el trabajo, confianza y respeto por el resto del grupo, disposición para llegar a acuerdos comunes, creer en los aportes de la diversidad, querer compartir y no juzgar sino aportar críticas constructivas.
Albert Serrat en 1996 aporta las siguientes actitudes para un buen desarrollo del trabajo en equipo como la actitud mental positiva, la disposición de colaborar, reconocer y valorar los aportes de cada uno de los integrantes, tener un servicio y actitud de pro-sociabilidad, comprometerse en la calidad de las relaciones del trabajo, tener una autoestima personal y colectiva, tener confianza y ser generoso al no actuar en contra de una persona sino que a favor de esta.
Bibliografía
Monserrat Anton, (2007) " La Escuela de la Infancia" editorial Grao pg. 13-31
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